Inquieta.
En la oscuridad de la noche, de una y de un montón, se revolvió.
Se agitó y dejó que sus palabras volaran. Sujetas a sueños, olores, fluidos y risas, desnudos al sol, horas sin reloj y remojos sin prisa.
Y volaron sí, desaparecieron, perseguidas por su breve eco camino de algún rincón oscuro del inmenso techo.
Entonces cuando ya no quedaba vestigio ninguno de ellas, dudó si todo había sido algo real.
Y qué más da...a veces las palabras son canallas. También se pueden equivocar, con su pálpito independiente y rebelde. Como los sueños. Pero no deben frenarse.
Acompañada por el silencio, puso atención en escuchar el tiempo...
El suyo.
Sólo eso.
Y la oscuridad de la noche. De paz, de susurros acariciantes, de estrellas sin polución, de crepitar de viejos tejados de casas cansadas de pueblo, de cuestas con aliento sin aceras, de campanas arrogantes que te arrancan el dormir.
Y silencio.
Tan largo, que por unos instantes pensó que la vida se había fugado con las dudas a cuestas. Incluso tiempo de reconocer que estaba dolida. O mejor ofendida, sí. Con la vida, como cuando le robaba sin preguntarle, sin perdirle opinión ninguna, a escondidas, con nocturnidad. Pero la seguía amando. Siempre se conseguían entender. Acuerdos cariñosos. Genio y figura las dos.
Y se repitió, no deberías hurgar en heridas. No, ni en la mierda que conllevan postulando emociones. Así que fuera...
Borracha de noches, ebria de sus momentos...
Y mientras salía, al dia que la deslumbraba, pensó con claridad fría y decidida.
Alzó la mirada hacía las ventanas, con las persianas a medias, que parecían ojos que le hacían un guiño.
No te molestes, pensó mientras seguía, sin inquietud ninguna a la espalda.
Y tranquila, bostezó.
No de aburrimiento, de placer.
Que gusto no tener nada que hacer.
Y tener el tiempo para hacerlo todo.
Que bien le sentaban sus dias de vacaciones.
Dias de regalo que tanto necesitaba, que borracha de vida, se la estaban devolviendo...