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miércoles, 4 de mayo de 2011

UN CUENTO DE BATAS BLANCAS



Érase una vez un pueblo acomodado, que trabajó, disfrutó, compró hasta perder el control casi sin necesitar, y acumuló hasta crear una burbuja irreal y débil que un día no soportó tanto peso. Entre tanto bienestar a casi todos se les olvidó lo que tenían, lo conseguido, lo que valía la pena y por lo que, aunque con falta de práctica, tenían que seguir luchando.
Cuando la burbuja petó, poquito a poco fueron estrellándose contra el suelo. Primero unos pocos, luego más, luego muchos. Se acabaron los lujos, el tener más de que lo que se podía, el darte igual el trabajo porque ya no sobraba...Se acabó incentivar lo nuevo, los nuevos padres, las nuevas empresas. Se acabó el vivir demasiado bien. Se acabó el pan para tanto chorizo también, así que los Chorizos vestidos con traje no tenían de dónde sacar, hasta que se preguntaron, de dónde podemos seguir sacando para mantener pensiones vitalicias, dietas desorbitadas, billetes, propiedades, coches...ah se dijeron, de la sanidad y de la educación!!! Así que empezaron los recortes. Pero silencio, nadie se quejaba. A todo el mundo le dió igual..La comunidad de las batas blancas estaba indignada, querían tocar algo que era de todos, con calidad, vital y necesario. También estaban algo tristes, solían tener mala fama, criticados desde tiempos inmemoriables hasta la saciedad, por su horario, su puesto fijo y algunos personjes, que como en todas las profesiones, que habían sembrado esa fama de incompetentes e inútiles.
Pero los batas blancas no eran todos iguales, había muchos que disfrutaban con su trabajo, que amaban el ayudar, el cuidar, el sanar, el solucionar, el escuchar, el guiar, el curar, en algo tan delicado como era la enfermedad y la muerte. Los batas blancas empezaron a ver un atentado contra esa función pública y empezaron a revelarse. En parte era por la explosión de la burbuja pero detrás había un intento de privatizar algo que pertenecía a todos, incluso a ellos. Y empezaron a moverse, a hacer ruido, a decir no, con un desgaste físico y personal que se añadía al trabajo triplicado por todos los que habían tenido que dejar esas batas colgadas de perchas para ir a engrosar las listas del paro. Pero no les importó. Seguían diciendo no a unos recortes desmesurados que atentaban contra las vidas de los pacientes, contra los que necesitaran atención a partir de ese momento. Y seguían tristes, porque lo que querían era seguir prestando sus servicios en cada uno de los centros preparados para ello, mermados de personal, recursos y medios. Y seguían más tristes porque descubrieron que todos los demás no les apoyaban como deberían. Claro que la información era poca, mínima, ya se preocupara quien fuera de que los medios de información sólo difundieran una pequeña parte de lo que realmente pasaba. Así que la gente les miraba con desprecio encima, iros a trabajar, aún quereis que os paguen más...y algo parecido oían cuando manifestaban su disconformidad ante el atentado de la sanidad. Se les olvidaba a todos esos que ellos también eran usuarios. Así que los batas blancas vieron apenados cómo en esos días, el botellón o el futbol era lo único que hacía mover pies, bocas y mentes. La sanidad peligraba, mientras se planeaban pruebas sin anestesia, duplicar tiempos en listas de espera, quirófanos cerrados, plantas enteras de hospitales clausuradas durante tres meses de verano, personal reducido, el resto contratado mes a mes con amenazas de no ponerse enfermo o se lo doy a otro, entre muchas otras. Los batas blancas temblaban, por todo lo que se les venía encima. Pero los demás no temblaban. No se daban cuenta porque no eran conscientes. Pero daba igual, los batas blancas seguirían luchando por algo que creían justo, por una sanidad pública que había sido despreciada, no valorada como se merecía. Nadie lo solía hacer, porque cómo era gratis. A todo el mundo le daba igual no presentarse a pruebas, a visitas, o a intervenciones sin avisar, porque como era gratis. Venían de todo el mundo a operarse aquí, hasta de EEUU porque como era gratis. El fraude era grande, por parte de todos, porque muy pocos sabían el esfuerzo, el trabajo y el dinero que había detrás de todo eso que parecía "gratis". Y ahora todos saldrían perjudicados, porque por no valorarla nadie la defendía como se merecía.

Érase una vez un cuento sin final, sin feliz y sin perdices, pero con el más sincero deseo de cada uno de esas batas blancas ( enfermeras, auxiliares, médicos, administrativos, psicologos, asistentes sociales, dietistas, técnicos, ambulancieros...) que amaban su trabajo, para todo aquel que se pusiera enfermo a partir de ese momento o tuviera un accidente pudiera ser atendido como debería ser y se merecía. Y lo que sabían en el fondo era que no iba a ser así. Por eso no iban a dejar de luchar mientras pudieran, porque atender a todos ellos era su vida.




7 comentarios:

  1. Siempre he dicho que hay cosas que es mejor contar como si de cuentos se tratasen, para que no parezcan tan funestas.

    besos!

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  2. Simplemente increible .... Parece un cuento pero la realidad supera a la ficción

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  3. Precioso..

    siempre un grato placer el visitarte!!

    Te dejo abrazoss y besotes grandotes!!

    Beatriz

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  4. Echaba de menos tus palabras... y tienes toda la razón, los Batas Blancas luchan en silencio una guerra que debería librarse a voces...

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  5. que seria de la vida de todos sin esas personas de batas blancas?
    gracias por recordarnos que todos les debemos algo...

    un abrazo

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  6. ¡Animo a las batas blancas!. Todos estamos con vosotros, porque esta explosión de la burbuja nos salpica a todos. ¡Ya estamos "jartos" de tanto politico corrupto¡. Besos preciosa.

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